Número 100, septiembre 2018

Ibes vuelve de noche
Camilo Alzate. Ilustración: Víctor Ynami – postalesparalamemoria.com
 

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A los muertos solo se les puede hablar en sueños. La noche del martes 10 de julio Celina Sandoval soñó que su compañero Ibes Trujillo, con quien había andado los últimos doce años, se marchaba llevando unos papeles bajo el brazo. Celina vio cuando salía por la puerta del rancho de guaduas mientras ella insistía que merendara algo para el camino. “Mami, yo estoy bien”, dice que le decía Ibes en el sueño, “empáquemelo en una bolsita”. Y a ella le dio tristeza que su negro tuviera que comer por ahí, lamiendo una bolsa plástica, igual que un gamín.

Su compañero había partido desde el lunes por la tarde rumbo a una finca cafetera que trabajaba en la vereda La Alsacia, en la zona montañosa del municipio de Suárez, Cauca. “Voy para una reunión, pero no me la llevo por allá porque me demoro hasta el jueves”, le aclaró. Trujillo no iba solo: lo acompañaba un muchacho costeño que se alojaba por esos días en su casa, según entendí había llegado a participar en algún proyecto con niños de las comunidades donde Ibes tenía influencia. Ibes amaneció en La Alsacia y madrugó a aserrar y cargar troncos para unas reparaciones de la finca. Conversaron por teléfono antes de mediodía, Celina recuerda que le recomendó tomar de remedio un agua de azúcar para una molestia que sentía. “Mami, voy a recoger una madera”, le contó Ibes, “voy a coger el caballo y lo voy a engarillar para bajar una madera”. Ese martes ya no hablaron más.

Al día siguiente Celina despertó y se ocupó en las faenas de la casa, preparó el almuerzo, charló con su hija. Ibes no se comunicó en todo el día, eso le pareció extraño porque él la llamaba cada media hora, a veces marcaba desde la tienda de Lucio solo para avisarle que se demoraba diez minutos, a pesar de que la tienda queda a menos de cien metros de la casa. “¿Por qué no me llama?”, pensó ella, entonces le marcó varias veces pero el celular no reportaba cobertura. Celina jura que Tormenta, la yegua criolla que Ibes tanto quería y que dejó en un potrero aledaño al caserío, relinchó inquieta y briosa aquella tarde, como si estuviera angustiada. Esa noche Celina sintió que él regresaba y arrojaba desde la calle un terrón a las latas de cinc del techo para asustarlas como hacía siempre, pero afuera no había nadie.

Ilustración: Víctor Ynami2

Ibes Trujillo era un negro robusto con 54 años, tenía siete hijos, algunos ya bastante grandes. De ojos pequeños, de andar cojo, de un carisma inmenso, según relata la gente que lo conocía. Una vez, bajando de La Alsacia su camioneta volcó y el resultado fue una fractura en la cabeza del fémur. “Caminaba como descobalado”, recuerda Lucio, el tendero y dirigente comunal que lideró con él la invasión de un terreno rural en San Francisco, un pueblito de negros y mestizos junto al río Cauca entre los municipios de Suárez y Buenos Aires. Cien familias, la mayoría desplazadas y víctimas del conflicto, ocuparon una propiedad de Cementos Argos el 1 de agosto de 2016. Allí construyeron ranchos como el de doña Estefana, la anciana negra que durante dos semanas arrastró guaduas sobre la cabeza para levantar su casa, donde vive sola, o como el de Celina, que tiene las paredes en tabla y una silla vieja de peluquería a la entrada. Esa fue la última pelea de Trujillo: luchar para que la alcaldía de Buenos Aires comprara el terreno y formalizara la que ellos llaman “urbanización primero de agosto”. “Ibes era un negro muy estudiado, se sabía expresar”, asegura Celina, “cuando la policía vino a desalojarnos él salió a hablar. Ese hombre fue tan decente con ellos”.

Ibes se pasó la vida luchando en causas parecidas. Conformó una de las primeras asociaciones de víctimas del departamento del Cauca; después lideró la fundación del Concejo) Comunitario Afrocolombiano de los ríos Timba y Marilópez; también se embarcó en una empresa comunitaria para producir café orgánico con otros campesinos de la región y todo el mundo cuenta que en esa vereda, La Alsacia, la misma donde tenía su finca, los pobladores nunca permitieron cultivos de coca, que abundan por los alrededores.

“Yo lo conocí peleando en Suárez contra la construcción del embalse de La Salvajina, con los temas ambientales, con la recuperación de tierras para la gente del norte, en los encuentros interétnicos con los movimientos indígenas”, me cuenta por teléfono un viejo líder afrocolombiano del Cauca que prefiere que no cite su nombre. “Era una persona con mucho carisma, muy asertivo y aplomado en sus conceptos, no hablaba mucho pero cuando hablaba era muy acertado en sus apreciaciones. Estuvimos juntos hace dos meses, en un evento que tuvimos. Él estaba muy comprometido con su comunidad y con los temas afro, concretamente con la reglamentación de la Ley 70, también con los procesos organizativos de Buenos Aires. Nosotros siempre hablábamos del riesgo, uno ya está acostumbrado. Y una de las cosas que siempre hablábamos era de fortalecer los nuevos liderazgos, y de ir a fortalecer el Concejo Comunitario de ellos, que fue uno de los últimos que se crearon en el Cauca”.

Además, Ibes Trujillo pertenecía al movimiento Marcha Patriótica, una organización cercana a las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, hoy convertidas en partido político legal, por ello fue un firme defensor y promotor de los acuerdos pactados en La Habana entre esa guerrilla y el Estado colombiano.

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La misma semana que Ibes se fue, Celina soñó que tenía un problema de linderos con otra vecina. Ambas reclamaban la propiedad de un lote pequeño de terreno cerca del caserío, en el sueño Ibes aparecía diciéndole que él había vendido ese lote por ochocientos mil pesos, que fuera a cobrar la plata, que era para ella.

Se habían conocido en 2006 durante unas marchas campesinas en el Caquetá, donde nació Celina porque sus padres, negros caucanos, habían emigrado para volverse colonos cerca de San Vicente del Caguán. Ibes, mujeriego y carismático, la sentenció: “Usted va a ser mi mujer”. Ella ya tenía una niña pequeña, por eso no le creyó. Pero a los días él regresó a buscarla: “La mujer con la que me voy a quedar es con usted”, le dijo, y lo cumplió, desde entonces vivían juntos para arriba y para abajo, en marchas, en reuniones, en asambleas. Él terminó criando la hija de Celina, con la que bailó el vals en la fiesta de los quince años como si fuera su padre.

El miércoles 11 de julio (o tal vez el jueves, ella no recuerda bien) unos hermanos y otros familiares de Ibes que estaban en Cali ya habían llamado a Celina muy preocupados pues nadie daba razón de él. Celina sabría después lo que contó el muchacho costeño que subió con él a la finca. Sabría que empezando la tarde del martes dos hombres y una mujer con armas largas los agarraron a ambos, les obligaron a montarse en un campero blanco y los condujeron montaña adentro hasta un campamento. Que allí los amarraron a unos árboles toda la noche. Que al muchacho lo soltaron de madrugada con la orden de bajar a la carretera para que se fuera en la primera chiva con rumbo a Timba, otro caserío cerca de San Francisco. Celina sabría todo esto de oídas, porque el muchacho llegó aterrorizado a su casa la mañana del miércoles, cuando ella no estaba, sacó el equipaje con la ropa y cogió el primer bus que apareció en la carretera. No la esperó para contarle.

Cuando todo se supo la comunidad envió dos personas a buscarlo a La Alsacia, pero un comando de hombres armados en un punto de la carretera no les permitió continuar. Hace un año recorrí esa zona. Hay que seguir una trocha de cuarenta kilómetros que empieza en el corregimiento de Timba, en los límites entre Cauca y Valle, remontando la cordillera occidental hacia el camino real del Naya, un corredor estratégico para el tráfico de cocaína hacia el océano Pacífico. Es la misma trocha que conduce al Espacio Territorial de Reincorporación de La Elvira, donde hay un centenar de excombatientes de las Farc que se acogieron al proceso de paz. No obstante, para llegar a La Alsacia se toma un desvío bordeando el río Marilópez, mucho antes del caserío indígena del Ceral, donde hasta hace poco hubo apostada una base militar. Es una región inundada de coca que se disputan bandas al servicio de los narcos, un frente del Ejército de Liberación Nacional que apareció recientemente y varios grupos de disidentes de las Farc.

Tras la firma de los acuerdos de La Habana, a finales de 2016, el Cauca se convirtió en el departamento más peligroso del país para los líderes sociales y defensores de derechos humanos. Esto tiene que ver con el profundo vacío de poder territorial que dejó la salida y desarticulación de las Farc, guerrilla que controlaba buena parte de sus montañas y regulaba los cultivos ilícitos y la minería ilegal. A la par —y en buena medida gracias al impulso del movimiento indígena— el Cauca también es una de las regiones con organizaciones populares más fuertes y cohesionadas. Desde las épocas del dominio omnipresente de las Farc, el poder armado y el poder comunitario solían intrincarse y confundirse en una tensión que con bastante frecuencia se resolvía dejando algún cadáver en medio. No obstante, había una autoridad con la cual negociar. Ahora la violencia tiene mil cabezas y el Cauca se ha convertido en una tierra de nadie. “Existen unos poderes locales en torno al narcotráfico, a las economías ilegales, a la extorsión o circulación de armas, que se notan mucho en la reagrupación de grupos armados”, explica Edwin Mauricio Capaz, concejero de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte: “Muchos de los asesinatos y las amenazas están relacionados con ese tema del control territorial”. Según el Defensor del Pueblo Carlos Alfonso Negret, el Cauca registraba 81 líderes sociales asesinados a mediados de julio: la cifra más alta entre todos los departamentos del país, que aumentó en días recientes con el asesinato del exgobernador indígena Emiliano Tróchez, y los dirigentes campesinos Uriel Rodríguez y Huber Hoyos.

¿Qué problemas podía tener Ibes Trujillo? Intenté averiguarlo con una funcionaria de la Personería de Suárez, con varios líderes afrocolombianos de la zona, con un miembro de la Defensoría del Pueblo que estuvo en terreno durante su búsqueda, también con coordinadores de redes de derechos humanos regionales, pero nadie quiso referirse directamente del tema. Algunos reconocieron de frente que sentían miedo y que la situación era muy complicada. Un teniente de la policía local a quien contacté se negó a dar información porque, según él, no estaba autorizado. Un exguerrillero de rango medio que conoció a Ibes porque trabaja en la región dijo que tal vez en su caso se mezclaron deudas y problemas económicos con la militancia política, o que podría haberse ganado enemigos por la brutal arremetida que los nuevos actores armados están ejerciendo contra los programas de sustitución de cultivos ilícitos pactados en La Habana. Otro dirigente afro conjeturó que su secuestro podría estar ligado a la pertenencia al movimiento Marcha Patriótica, señalado y estigmatizado como el “brazo político” de la guerrilla. En un artículo de La Silla Vacía se aseguró, sin citar pruebas ni fuentes, que Ibes Trujillo era amigo cercano de un disidente de las Farc que se rearmó y se mueve en la región extorsionando a mineros y comerciantes.

“Mami, yo no le debo nada a nadie”, le había dicho Ibes a Celina. No obstante, ella cree que él iba a tramitar un esquema de protección con el gobierno nacional, pero había aplazado esa diligencia para cuando regresara de la finca.

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Antes del domingo Celina volvió a soñar con Ibes. “Lo vi en un sueño como encerrado y un muchacho me decía, ‘no, él no es”. Pero yo pensé, ‘ese es’. Estaba atado, como en una esterilla”. Cuando le contó la historia a una vecina aquella le dijo, “ay, no Celina, yo sé que Ibes está bien, él está en una reunión”, pero ya todo mundo andaba buscándolo. El domingo 15 de julio una manifestación con un centenar de personas escoltadas por la guardia indígena subió carretera arriba desde Timba hasta el lugar donde habían visto por última vez a Ibes Trujillo. Iban con pancartas, carteleras y banderas blancas. El mismo grupo armado que impidió la entrada de la primera comisión trató de bloquear la marcha, pero esta vez eran tantos que al final tuvieron que dar permiso. Celina iba allí, fue quien reconoció el cadáver que hallaron en una zanja cerca del río Marilópez por la cicatriz y una manilla que ella misma le había regalado. Ese cuerpo era el de su negro.

A Ibes Trujillo lo enterraron el jueves 19 de julio en medio de una manifestación muy nutrida donde hubo discursos, lágrimas, gritos. Uno de sus hermanos dijo que no era justo que lo hubieran torturado antes de matarlo. Al día siguiente Celina recibió las primeras amenazas por teléfono. Otros vecinos de San Francisco cuentan que han llegado motos extrañas al caserío con personas desconocidas que hablan por celulares, mientras circulan por internet panfletos de las autodefensas y las Águilas Negras sentenciando de muerte a los líderes de la región.

“Voy a traerte una bimba a ver si vos sos capaz de sacarle crías”, le había prometido Ibes. Las bimbas son unas aves parecidas a los piscos, territoriales, agresivas. Celina escuchó mil veces las historias sobre las otras mujeres de su compañero, los cuentos de los hijos que se supone dejó regados en varias partes, los chismes de sus andanzas y conquistas. Cree que solo eran cuentos. “Fueron doce años con una persona que lo trata a uno bien. Con él tropellé mucho, pa todos lados. Pa todos lados me cargaba a mí”. Por eso llora todos los días, no duerme, intenta pensar que Ibes se fue de viaje, que volverá pronto y por eso la maleta no está en casa. Su hija a veces mira las camisas colgadas en la pared y se le vienen las lágrimas mientras dice, “negro, nos dejaste solas”. La última vez que Celina fue a Suárez se desbarató en llanto mientras almorzaba; la señora del restaurante le preguntó qué ocurría y ella solo atinó a contestar que su marido la llevaba a comer pescado allí.

En otro sueño Celina vio que Ibes llevaba un pantalón vinotinto y la camisa negra que le gustaba tanto. Él iba caminando por una playa, junto a una quebrada. Ibes le decía números y uno de ellos fue el 38. Ella jura que a veces lo siente a su lado, como si se le acostara en la cama, que lo escucha de pronto cuando le dice, “mami, yo estoy aquí donde Lucio, guárdeme comida”.UC

*Esta crónica hace parte del proyecto Baudó Agencia Pública.